El gran error de los datos biométricos

Acabo de leer un artículo de Xavier Ferrás en La Vanguardia sobre la paradoja de Polanyi, que me ha gustado mucho. Esta paradoja muestra la dificultad de automatizar una tarea que al ser humano le resulta fácil realizar, pero difícil de explicar. El autor pone el ejemplo del reconocimiento facial. Un ser humano es capaz de reconocer a un amigo que se cruza por la calle a pesar de que hayan pasado 20 años sin verse y su rostro haya cambiado totalmente. Equipara la dificultad de trasladar ese conocimiento a un sistema informático a la dificultad de intentar explicar el color azul a una persona ciega que nunca lo ha visto.

La lectura de este artículo y de las conexiones filosóficas que desarrolla al reflexionar sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial tenga la misma dificultad para explicarnos los conocimientos que va adquiriendo, me ha hecho volver al debate sobre el reconocimiento facial, los datos biométricos, la identificación de personas desconocidas y la verificación de personas conocidas.

Cuando identificamos a un conocido en la calle extraemos un conocimiento que se encuentra oculto detrás de un rostro. El conocimiento oculto es su identidad. Y lo hacemos comparando su cara, su mirada y la expresión de su rostro en su conjunto con los recuerdos almacenados de las personas a las que conocemos. El factor diferencial de la identificación es que extraemos a una persona del anonimato. Convertimos a una persona anónima en una persona identificada.

Cuando este proceso lo realiza un sistema informático, se produce una fase de registro de la imagen y otra de medición de los rasgos faciales. Muchas personas caen en el error de pensar que la invasión de la intimidad se produce en el acto de medir el cuerpo humano, de obtener métricas de un ser humano. Pero ello no es así.

La invasión de la intimidad se produce cuando esos datos biométricos nos permiten singularizar a una persona de entre otras muchas. Asociar un rostro que podría pertenecer a miles o millones de personas a una identidad concreta, después de haber valorado el conjunto de la muestra disponible.

La clave, por lo tanto, reside en el carácter oculto de la identidad.

Si aplicamos el habitual ejemplo de la cebolla para explicar las distintas capas de un objeto o de un conocimiento, la fotografía de una cara sería la primera capa exterior, las métricas de la cara serían la segunda capa y la identidad de la persona sería la tercera capa.

Lo que el derecho a la intimidad protege es esta tercera capa interior porque está oculta para todos aquellos que no conocen a la persona o porque no tienen los medios para identificarla. Y cuando una persona quiere que, ni las personas que la conocen, ni las personas que tienen los medios para identificarla, puedan conocer su identidad, debe recurrir a modificar la primera capa, alterando los rasgos faciales para que ni los primeros ni los segundos puedan acceder a la tercera capa de su identidad.

¿Por qué los datos sobre nuestras opiniones políticas son datos sensibles? Porque residen en esa tercera capa y el derecho a la intimidad nos ofrece la posibilidad de mantenerlos ocultos. Si los divulgamos, los trasladamos de la tercera capa a la primera con sus correspondientes consecuencias jurídicas.

¿Por qué los datos sobre nuestra salud son datos sensibles? Porque residen en esa tercera capa y el derecho a la intimidad nos ofrece la posibilidad de mantenerlos ocultos. Si los divulgamos, los trasladamos de la tercera capa a la primera con sus correspondientes consecuencias jurídicas.

¿Por qué los datos sobre nuestras convicciones religiosas son datos sensibles? Porque residen en esa tercera capa y el derecho a la intimidad nos ofrece la posibilidad de mantenerlos ocultos. Si los divulgamos, los trasladamos de la tercera capa a la primera con sus correspondientes consecuencias jurídicas.

¿Por qué los datos sobre nuestra vida sexual o nuestra orientación sexual son datos sensibles? Porque residen en esa tercera capa y el derecho a la intimidad nos ofrece la posibilidad de mantenerlos ocultos. Si los divulgamos, los trasladamos de la tercera capa a la primera con sus correspondientes consecuencias jurídicas.

En cambio, con los datos biométricos no sucede lo mismo.

Para que un dato biométrico sea un dato sensible, para que pertenezca a una categoría especial de datos, tiene que permitirnos acceder a la identidad oculta de una persona con el fin de sacarla a la superficie, incluso en contra de su voluntad.

Por eso ha querido el legislador proteger al interesado de esa intromisión en su intimidad. 

La identificación basada en datos biométricos nos va a permitir extraer el conocimiento oculto de la identidad de una persona gracias a la existencia de patrones obtenidos previamente y almacenados en una base de datos. Un ejemplo muy claro es la identificación de un terrorista en un aeropuerto, por las consecuencias jurídicas que identificarlo va a tener para él y por las terribles consecuencias que no identificarlo va a tener para los demás.

Pero la autenticación es algo absolutamente diferente.

En la autenticación sólo se actúa en la primera y en la segunda capa.

Cuando utilizo mi rostro para autenticarme y acceder a un sistema informático, utilizo un nombre de usuario para decirle que soy un usuario registrado y que debe darme acceso. El sistema está configurado para no creer a cualquiera que diga que soy yo, y por lo tanto, realiza una verificación de mi identidad.

Esta verificación consiste en captar mis rasgos faciales, medirlos y comparar las métricas obtenidas con las que están asociadas a mi nombre de usuario. 

El sistema no compara mi patrón facial con el de otros usuarios registrados para acceder a mi identidad. Mi identidad ya la tiene, y está asociada a mi nombre de usuario gracias al trabajo previo de registro. En conclusión, el sistema tiene las tres capas de conocimiento porque el día del registro se las facilité. Pero en el momento de la autenticación sólo utiliza las dos primeras.

Cada vez que intento acceder a mi cuenta, el sistema realiza las siguientes acciones:

  1. Capta mi rostro (primera capa de información).
  2. Mide mis rasgos y obtiene los datos biométricos de mi cara (segunda capa de información).
  3. Compara estos datos con los que tiene guardados y que están asociados a mi nombre de usuario (seguimos en la segunda capa de información).
  4. Verifica que hay correspondencia entre los datos obtenidos ahora y los datos obtenidos en el momento del registro y me permite el acceso.

En ninguna parte de este proceso el sistema ha tenido que singularizar a la persona comparándola con otras porque el usuario ya se ha identificado a sí mismo con su nombre de usuario y el sistema se ha limitado a verificar que decía la verdad.

La gran diferencia de la autenticación es que el usuario ya está identificado y el sistema se limita a verificar que no hay una suplantación.

La autenticación no necesita acceder a la tercera capa para conseguir su eficacia. La identidad puede estar incluso fuera del sistema y no ser relevante para el proceso de autenticación, que sólo verifica si el usuario con esos datos biométricos tiene autorización para entrar en el sistema.