
Bajo un título pesimista, un mensaje optimista para todos los abogados que con esta crisis van a descubrir que los clientes no caen del cielo ni se mantienen tratando sus proyectos peor que un paquete de Amazon.
Esta serie de artículos es una autocrítica sobre la forma en la que los despachos hemos seleccionado, formado y promocionado a los abogados durante los últimos 20 años.
Hace unos días un headhunter, que estaba aprovechando la caída del trabajo para mantener el contacto con sus clientes, me comentaba que había hablado con varios socios de despachos de distintos tamaños y que algunos de ellos estaban bloqueados, que no sabían cómo gestionar la situación actual. Llegamos a la conclusión de que, al margen del carácter inesperado de la actual crisis, el proceso de selección y promoción en los despachos no había tenido en cuenta algunos aspectos fundamentales del perfil de socio.
Me vino a la mente el caso de la presa de Tous, y la estrategia de defensa de los ingenieros imputados, que nunca pensaron que iba a llover tanto y habían basado el diseño de la presa en los índices pluviométricos de las décadas anteriores. O el caso de Fernando Alonso, que perdió un mundial por haber configurado una aerodinámica defensiva en una carrera que al final exigió una aerodinámica ofensiva.
Efectivamente, la configuración de los despachos actuales está basada en parámetros que han cambiado y es difícil adaptarse si estás acostumbrado a los automatismos: a abrir el grifo y que salga agua, a tocar un interruptor y que se ilumine la sala, a iniciar tu carrera en un despacho que tiene una cartera de clientes consolidada, o con un flujo de proyectos constante que proviene de tu red internacional.
¿Cómo hemos llegado a la situación actual? Vamos a analizar en diferentes entregas algunos de los factores que han contribuido a tener los despachos que nos merecemos.
De padres a socios
Es inevitable empezar reconociendo que las generaciones que hemos criado como padres son las que ahora están en edad laboral y las que en unos años controlarán un mercado en el que ya no estaremos. Las generaciones X, Y, Z, los nativos digitales, los millennials, son las generaciones que hemos educado en casa y que ahora están trabajando o van a trabajar en los despachos.
Su forma de trabajar y de ver a los clientes depende mucho de cómo los hemos educado, de las pocas miserias que han pasado y del nivel de esfuerzo que han tenido que invertir para conseguir cualquier cosa que ahora tengan.
Y parece que no hemos aprendido, porque seguro que en este momento hay miles de padres ayudando a sus hijos en las tareas escolares, gracias al tiempo extra de convivencia que ofrece el confinamiento.
Un proverbio indio dice que una persona se parece más a sus amigos que a sus padres, y es cierto, porque todos los intentos que cada generación ha realizado para educar a la que sigue han chocado siempre con el ADN y la personalidad colectiva de esa generación.
Tanta preocupación por entender a profesionales que anteponían los viajes y los amigos a su carrera profesional para que haya tenido que ser un virus el que los ha dejado dos meses en casa, sin viajes ni amigos y con mucho tiempo para reflexionar sobre su futuro profesional. Porque los que han sido víctimas de un ERTE muy probablemente se estarán formando para cambiar de especialidad, de despacho o de sector.
Los babyboomers, los de antes de la EGB y la ESO, siempre hemos pensado que llegaría un momento como éste para recuperar los viejos valores, pensando que eran mejores. La verdad es que ahora ya no sé si son mejores o no, pero si un socio se bloquea ante una situación inesperada, tiene que realizar una aportación extra de capital al despacho o pedir un préstamo para tener liquidez, es porque no hemos conseguido que desarrolle la habilidad de adaptarse al cambio, de gestionar la adversidad y de generar una reserva en los buenos tiempos, en vez de repartir todos los beneficios.
Hasta aquí esta primera entrega. En la próxima voy a hablar de los efectos de la relación laboral en los despachos, del sentimiento de ajenidad, y especialmente de la falsa percepción de la ajenidad del riesgo.
Foto de Billy Pasco obtenida en Unsplash